Organizadores profesionales de eventos, ¿a que estamos unánimemente de acuerdo en que la organización de eventos es una profesión cuanto menos gratificante? No obstante, no ha sido, ni es, ni será un camino de rosas, pues como todo en la vida, tiene un lado oscuro y frustrante, que ha hecho que nos sitúe en el TOP 5 de las profesiones más estresantes. La idealizada industria de los eventos no está por tanto exenta de retos, llamémoslos frustraciones, pues dejan sin efecto nuestros propósitos bienintencionados; a continuación las explicamos.
Como veis, algunas de ellas tienen que ver con el tiempo:
- Tic tac…Esperando a que el evento se confirme, pero ¡en firme!
Mientras, tempus fugit; el tiempo, uno de los recursos más preciados en esta profesión, transcurre especialmente rápido. Evidentemente, al margen de tu profesionalidad como organizador, los milagros no existen. Cuanto menos margen de tiempo, menos posibilidad de elección y coste más elevado de los servicios.
- Cambios de última hora.
¡Atención! Acabas de recibir un email “prioridad alta” que contiene unos cambios de último hora. Esto afecta negativamente el presupuesto. Pero no solo las cifras se alteran, sino también la calidad a la hora de implementar la nueva acción.
Esto suele ocurrir cuando una persona de la empresa cliente con poder de decisión y hasta ahora no involucrada, decide unilateralmente incluir o prescindir de un servicio. Esto acaba suponiendo un despilfarro de recursos, tiempo y dinero, que no estaban contemplados cuando se inicia el proceso de organización.
- Procrastinar, esa moda peligrosa.
Esta frustración no sólo tiene que ver con los retos organizativos con los que tienen que lidiar los organizadores a raíz de las demoras a la hora de tomar decisiones, sino también con el efecto negativo sobre el presupuesto por no haber tomado las decisiones con antelación.
Aquí en este punto rompemos una lanza en contra del cliché ibérico; procrastinar no es sólo cosa de los españoles. Es (felizmente) un malogro que comparten organizadores de cualquier parte del mundo.
Como veis, algunas de ellas no tienen que ver con el tiempo:
- El famoso briefing incompleto.
El concurso al briefing más escueto parece no tener parangón. Casi siempre se echa de menos la información más clave. Y es que sin conocer las necesidades exactas del cliente, resulta complicado conseguir esos deseados eventos tailor-made que nos demandan. Necesitamos las respuestas a nuestras queridas W: qué, cuándo, cómo, quién, cuánto, dónde, por qué.
Recuerdo una ocasión (¡una!) en que recibimos un briefing con tanta información que el correspondiente email de vuelta incluía tan solo una felicitación a su autor. El evento tuvo mucho éxito porque la profesionalidad del interlocutor se reflejó en cada etapa del proceso.
- La creatividad es de … Marujita.
¿Pero por qué nos hemos dedicado al producto intangible?
Si un potencial cliente quiere un bien «Z», lo mira, lo toca lo remira, lo contrasta y a veces lo compra. Si un potencial cliente quiere un servicio «Y», lo mira, lo toca, lo remira, lo contrasta y a veces lo roba. Pensaba entrecomillar “roba”, pero siento decir que carece de ironía en este contexto.
No obstante, dadas las circunstancias, es preocupación del organizador encargarse de proteger legalmente la autoría de la creatividad «regalada» en la propuesta. A nuestro favor diremos que si robas una idea, ya tienes 2 trabajos; el primero, ya te lo hemos dicho -robar- ; el segundo, buscar el “implementador” adecuado que la implemente.
- Barreras CEOgráficas.
Aún las agencias son testigo de la errónea costumbre de CEO/responsable de delegar la logística del evento (como que fuera lo único) al departamento más ocioso. No querer cambiar la manera de hacer las cosas sólo conduce a un estancamiento y falta de consecución de objetivos. Qué necesario es innovar los formatos y qué poco se implementan cambios (¡y cuanto lo deseamos los profesionales de eventos, aún testigos de la infravaloración!). Existe aún un gran gap entre lo que verdaderamente hace un event planner y lo que realmente ve el cliente. Incluso el acto más sencillo requiere un determinado tiempo de organización, gestión, ejecución y medición. Por cierto, qué difícil es a veces demostrar todo lo que un event planner realiza para conseguir los objetivos eficientemente…
- La letra pequeña: fee oculto, un fee por descubrir.
Las negociaciones y comunicaciones iniciales con los proveedores implicados son de vital importancia. Ser cuidadoso con los contratos con cada una de las partes es más que una obligación si no queremos llevarnos sustos con las facturas finales. Debemos analizar y especificar, por ejemplo, todos los extras que conlleva el alquiler de un venue concreto, las dietas de ponentes o qué no incluye el software de inscripciones.
Por ello, nos toca dedicar tiempo a poner zoom a la letra pequeña de todos y cada uno de los contratos de todos los involucrados en un evento y así especificarlo correctamente en la propuesta.
- Considera lo inesperado.
Aparte del propio evento en sí, siempre tenemos en mente lo inesperado; sí, lo que no esperas pero que en el fondo sabes que podría pasar. En ese caso, tenemos que evitar al máximo que esas impensadas obligaciones nos bloqueen, nos cieguen y nos frustren. Nunca idealizaremos un evento, tenemos que considerar distintos escenarios, más o menos dramáticos, para salir disimuladamente airosos de situaciones imprevistas. Aquí la experiencia juega un papel clave: cuantos más retos hayas lidiado, más eficazmente superarás los nuevos imprevistos.
- Presupuesto en la horquilla.
Y con todo lo expuesto, mantén el presupuesto al límite. Hemos visto que los inevitables cambios surgen a lo largo del proceso de planificación. Es habitual que el cliente pide más y aún así tengamos que ser fieles a la horquilla previamente definida. Por ello, nos vemos obligados a utilizar y actualizar los presupuestos cada vez que un ítem es añadido. No olvidemos comprobar un par de veces que los sumatorios son los correctos. Y como todo suma, por pequeño que sea, dividamos al máximo el presupuesto en diferentes partidas para así dar prioridad a lo más necesario en caso de esos temidos y obligados ajustes.
Esperamos que este post os haya ayudado a entender algunas de las frustraciones más habituales a las que un organizador de eventos profesional se tiene que enfrentar en su día a día. Es cierto que aquí no hay “mea culpa” que valga, pero es descorazonador que las buenas intenciones no se hagan efectivas por desconocimiento y por causas ajenas.